Resulta casi difícil de entender en la era (occidental) de la imagen, pero Arabia Saudí es, todavía en la actualidad, el único país del mundo en el que los cines comerciales están prohibidos. Una prohibición que arranca de la austera y rígida versión del Islam imperante en el país, y que, aunque a lo largo de los últimos meses parecía presentar visos de ruptura, finalmente continúa impidiendo a los saudíes acercarse a las producciones cinematográficas de manera legal. Curioso en un país que sin embargo se encuentra a la vanguardia en otras artes, como la arquitectura.
En junio se poyectaba, por primera vez en treinta años, una película, la comedia saudí Menahi. Se estrenó únicamente en dos cines durante ocho días, con mujeres y hombres ubicados en lugares separados, pero su mero estreno supuso todo un hito tras años de prohibiciones. 25.000 personas acudieron a verla. Como casi siempre en Arabia Saudí, también esta iniciativa tiene conexiones con la familia real: el propietario de Rotana Studios, la compañía del film, es Waleed bin Talal, un miembro de la familia real que se ha convertido ya en objetivo de los ultraconservadores por sus ideas "liberales" y sus inversiones en televisión y mundo del espectáculo.
El propio bin Talal señaló en el momento del estreno de Menahi que los cines se convertirían en parte de la vida cotidiana de la población a partir de ese momento. Sus palabras parecían marcar un giro copernicano en lo que hasta ese momento había sido el discurso del régimen hacia el séptimo arte, considerado dañino por ser contrario a la sharia, al apartar a la gente de sus obligaciones religiosas y distraerla de la realización de sus trabajos. Incluso planificó la realización de un festival cinematográfico a mediados de este 2009.
El propio bin Talal señaló en el momento del estreno de Menahi que los cines se convertirían en parte de la vida cotidiana de la población a partir de ese momento. Sus palabras parecían marcar un giro copernicano en lo que hasta ese momento había sido el discurso del régimen hacia el séptimo arte, considerado dañino por ser contrario a la sharia, al apartar a la gente de sus obligaciones religiosas y distraerla de la realización de sus trabajos. Incluso planificó la realización de un festival cinematográfico a mediados de este 2009.
Pero el espejismo duró poco: la proyección de Menahi desató una importante ola de protestas entre los sectores más conservadores, que obligó a las autoridades a volver a prohibir la exhibición de películas en cines. El planeado festival también fue cancelado. En todo caso, el debate respecto al cine no es sino una muestra (una más) de la división en Arabia Saudí entre una clase religiosa apegada a una interpretación muy estricta del Islam y un grupo de personas, fundamentalmente jóvenes, que reclaman mayores cotas de libertad y espacio para la diversión.
Muchos de estos jóvenes, de hecho, al igual que sus coetáneos de Oriente Próximo, obtienen acceso a los últimos estrenos cinematográficos a través de la ventana abierta al mundo que es Internet. Pero ir al cine se sigue considerando un tabú. La pérdida del tiempo y el posible atentado contra la moral religiosa son las razones más frecuentemente aducidas para prohibirlo. Habrá que ver cuál de las dos lógicas, la aperturista o la pegada a las tradiciones más férreas, se impone finalmente en este aspecto de la cultura saudí.
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