
Inaugurado a orillas del mar Rojo por el rey Abdalá, el monarca apuntó en su discurso de inauguración un hecho importante para efectuar un primer acercamiento a los porqués de impulsar un centro tan aparentemente contrario a los principios del estado saudí: “Sin duda, los centros científicos abiertos a todo el mundo constituyen la primera línea de defensa contra los extremistas”, señaló. Y es que parece que tras el 11-S y los atentados que sacudieron al país dos años después, las autoridades hubieron de replantearse las posibles consecuencias de la estricta interpretación del Islam imperante en su territorio.
La KAUST, y este es otro punto significativo del proyecto, queda fuera del control del Ministerio de Educación. Y en un país donde el crudo es un elemento económico de primer orden, Abdalá encargó su concepción y puesta en marcha a la compañía nacional del petróleo. Quizás ha sido este factor el que ha determinado otra gran diferencia sustancial del centro respecto al resto de las universidades saudíes: los alumnos no tienen que cursar asignaturas religiosas sin relación alguna con sus especialidades, sino únicamente aquellas vinculadas con los estudios que están realizando.
Pese a toda esta aparente modernidad educativa, conviene tener en cuenta ciertos elementos que moderan y contextualizan el aparente radicalismo de esta propuesta educativa: de momento, sólo el 15% de los 800 alumnos matriculados son saudíes. Se desconoce cuántas de ellos son mujeres. Y es que aunque las saudíes constituyen hoy el 57% de los licenciados universitarios, las pertenecientes a familias más liberales estudian fuera, y las más conservadores, cabe suponer que difícilmente se interesarán por un centro mixto.
Queda, por tanto, ver qué acogida va a darle la KAUST la sociedad saudí, para ver si se trata de una iniciativa que abre el camino a otras o se queda simplemente en una anécdota.
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